¿Cómo presentaros a Jesús? Entró en mi vida de la mano de mi hermana y en la suya lo hizo una calurosa tarde de verano. Entonces ella vivía en una urbanización recién acabada, en un primero. A través de las ventanas abiertas, escuchó repetidas veces una moto, luego después de la moto creyó oír una voz y cuando quiso entender lo que la voz decía, salió al mirador y le dijo que subiera a su casa. Ella llevaba varias horas esperándole. Como casi siempre, la moto de Jesús había tenido problemas para arrancar. Con el tiempo, uno empieza a pensar que al que le cuesta arrancar es a Jesús y la moto sólo es una prolongación de su carácter.
Jesús es un hombre de amplia espalda, vientre generoso, altura por debajo de la media, pelo tan ralo que se le podría llamar calvo, ojos pequeños y vivos y unos andares tan personales, que le reconocerías por detrás en el metro de Sol en hora punta. Su hablar no puede ser más castizo y su boca dibuja una sonrisa que te hace dudar si se ríe contigo o de ti. Lo primero que hace siempre Jesús es tomar medidas, pero siempre se ha dejado la cinta métrica en casa. Entonces le dejas una y mide y remide, nunca seguro de las paredes traicioneras. Jesús siempre te habla de entrapaños y junquillos. Y es que Jesús es carpintero, y una a veces piensa si le viene de la cuna o de alguna predestinación celestial.
Después de tomar muchas medidas, pasaron días y llamé a Jesús. Él siempre está a punto de hacerlo pero como no lo hace, más vale que te adelantes. Me dice que tiene el presupuesto y que si tengo guasa. Me quedó estupefacta y hago como si no he oído y le digo que me lo mande. Y el repite lo de la guasa. Cuando me dice que lo tiene todo el mundo, incluso sus hijas y que a él se lo ha instalado su futuro yerno en el teléfono nuevo, caigo. Guasa no es más que la versión castiza de WhatsApp. Contuve la risa como pude y le dije que yo seguía con teléfono tonto porque listos ya hay muchos en la vida. Le di mi correo electrónico, que tuve que repetir varias veces y al cabo de un par de días, con la ayuda de hijas, futuro yerno o de quien fuera, el presupuesto me llegó.
Y Jesús vino otro día a casa a aclararme algunos puntos del presupuesto y a volver a medir, porque nunca se fía. El destino quiso que estuviera mi amiga Eva que se estaba probando en mi cuarto la mi ropa aquejada de calorias (ya sabéis, las calorias son esas bacterias que se te meten en el armario y hacen que se te encoja la ropa). Y a Eva pongo por testigo de que Jesús volvió a hablar del guasa. Como Jesús siempre tiene la sonrisa e la boca, te puedes reir sin que se mosquee.
Pasó el mes de agosto y a principios de septiembre llamé a Jesús (que estaba a punto de llamarme) para que me dijera cuando me instalaba los muebles. Y ahí viene otra de las características de Jesús: no conduce, sólo tiene carnet de moto. Así que para las instalaciones depende de Rufi, la mujer de su vida y además la que pone un poco de orden en sus cosas. Rufi trabaja por la tarde, así que Jesús no viene con el material nunca antes de las 8 de la tarde. Esta vez el coche de Rufi estaba en el taller y el material vino en el coche del futuro yerno, al que tuve el gusto de conocer. Y después de trabajar un buen rato, la pareja se fue en la moto de Jesús, una motillo que no llega a Vespa y en la que incrédulos vimos como partía la menuda Rufi y el corpachón de Jesús.
En dos sesiones de tarde, con la sabia compañía de Rufi imprescindible para las decisiones importantes, Jesús acabó el grueso de su trabajo. Y es que hay que decir que, con todas sus peculiaridades, Jesús es un gran profesional y una excelente persona. La próxima vez que necesite un carpintero, no dudaré en llamarle a él.
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