lunes, 6 de agosto de 2012

Sucedidos viaje a Palma, Julio 2012



Imaginaos un atardecer soleado en una isla del Mediterráneo, una piscina en un 8º piso desde la que se ve la Catedral, el Bastión y la Bahía de Palma. Los güiris que se van porque ya tienen hambrecilla. Imaginaos una mujer sola, nadando durante media hora porque le encanta, la piscina está vacía y tiene que recuperar su menisco. La mujer sale se envuelve en su toalla y aprovecha los últimos rayos de sol. Ideal de la muerte, ¿no?



Imaginaos que un camarero sube a recoger lo que queda por las mesas y se acerca la mujer..."Señora que se ha ido la luz, no funciona el ascensor y tampoco puede entrar en la habitación (porque ahora hasta las llaves son electrónicas y necesitan luz)".


Esa mujer soy yo, esta es mi vida y empiezo a sospechar que estas cosas sólo me pasan a mí. Porque la cosa no quedó ahí.

La luz volvió y espere un poco antes de coger el ascensor. Llegué a mi habitación y me metí en la ducha. De repente, con la cabeza completamente enjabonada, empezó a salir sólo un chorrillo de agua y ardiendo. Le dí vueltas a la alcachofa, lo intenté todo hasta qué decidí cerrar el grifo antes de sufrir quemaduras de primer grado. En el lavabo pasaba lo mismo, pero, por lo menos, sólo me abrasaba la cabeza. En el preciso instante en que decidí por terminada la tarea (por que ya no aguantaba más el calor), pum!! Se vuelve a ir la luz.


Y héteme aquí desnuda en el baño de una habitación de hotel que controlo a penas. No encontraba ni una toalla. A tientas llegué hasta donde suponía que estaba la terraza y abrí las cortinas de par en par. No sé si me vieron los de la casa de enfrente, a estas alturas de la película, lo mismo me daba. Todavía no era noche cerrada y con la luz de la calle y un mechero conseguí vestirme y bajar al vestíbulo. Se veía tan mal, que me tomaron por una güiri y me hablaron los de recepción en inglés.


Salí a las calles de una ciudad sin luz y me empecé a cruzar con gente que parecían zombies. Empecé a dudar de mi salud mental, alucinada seguí andando mientras llamaba al amigo con el que había quedado y él no contestaba en ninguno de sus 2 móviles. Finalmente un hada madrina contestó a mi llamada, me fue a buscar a una esquina oscura, me dio de cenar y me explicó que lo de los zombies no era de frenopático, sino que había una gran fiesta del muerto viviente.


El día siguiente fue normal. Conocí a una argentina, unos franceses y una cubana y paseé por esta maravillosa ciudad. Repetí piscina sin consecuencias.



Y amaneció otro día. Mi cuñado vino a raptarme para llevarme en barco. Después de un día idílico en una cala llamada estrecha (porque caben sólo barcos pequeños) y de difícil acceso por tierra, después de largos baños y de observar de la mano de mi cuñado los fondos marinos, el destino me esperaba de nuevo.

El incidente fue de los que en mi azarosa vida llamaremos "menores". En la barca de mi cuñao, a 30 nudos por hora, que serán 45 Km/h pero parece que vuelas, pues va la lancha y da un bote y el asiento en el que voy se descuajeringa y acabo por los suelos. Pie retorcido, espalda y trasero magullados pero sin roturas nuevas. (¡Que conste que no he engordado tanto, es que ya no hacen los barcos como antes!)

De todas formas, viajar sola de vez en cuando es una buena experiencia. Nadie depende de ti, puedes administrar tu tiempo a tu antojo, tienes tiempo para reflexionar sobre tu vida. Otra de las ventajas es que, si estás sola, es más fácil entablar conversación con desconocid@s. Mi record lo alcancé el martes pasado en un viaje en tren más tranvía (ambos de principios del siglo XX) entre Palma y Puerto Soller, charlé con una belga, varios franceses, una niña y su madre de Düsseldorf, una pareja de color de Chicago y para remate de feria: un taxista químico. Al enterarse que yo era física y después de terminada la carrera, le dimos un buen meneo a la crisis, el sistema educativo, los planes de estudios, a la educación de los adolescentes actuales y a no sé cuantas cosas más. Tres cuartos de hora de reloj y una conversación muy interesante.


No os cuento en detalle lo de el escalón que me comí al salir del restaurante de Puerto Soller, que me hizo resentirme del menisco, porque si no a lo mejor pensáis que debería ir siempre acompañada de una UVI móvil.



Creo que todo lo que me ha pasado en Mallorca es para compensar un golpe de suerte. Al ir, el vuelo salió a su hora y, por primera vez en mi vida, la cinta de las maletas empezó a moverse en cuanto llegué y MI MALETA fue la PRIMERA el salir. ¡¡Demasiado bueno!!! A la vuelta el vuelo salió con retraso, las maletas tardaron y la mía fue de las últimas, así que estoy tranquila.